Olvídate de los manuales de campaña. Víctor Hugo Figueroa, bautizado por su propio equipo como el "Anticandidato", se niega a la pose política. No busca la foto con el necesitado, no ataca a sus rivales y evita el proselitismo vacío. Su mantra, "si vas a ayudar a alguien para luego contarle a medio mundo que lo ayudaste mejor no lo ayudes", define su ética: la ayuda es un fin en sí misma, no una herramienta de marketing. En un Chile donde la confianza política se desmorona, su autenticidad resuena, construyendo una conexión mucho más profunda que cualquier imagen calculada.
La lógica política es clara: el poder desgasta. Pero Figueroa rompe el molde. Como alcalde de Penco, su popularidad no solo se mantuvo, ¡creció! De un 42% a un histórico 71% de los votos en su última reelección. ¿Su secreto? Resultados. Una renovación urbana integral, una identidad cultural sólida y una infraestructura de salud completamente nueva (hospital, CESFAM, SAR, SECOF). Su gestión no fue de promesas, sino de obras tangibles, demostrando que la popularidad duradera se construye con impacto real, no con eslóganes.
¿Una fiesta patrimonial una semana antes del 18 de septiembre? La idea de Figueroa para Paya Negra parecía descabellada. Pero esa decisión "a destiempo" fue un golpe maestro. La "Fiesta de la Chilenidad" se convirtió en un imán, pasando de 6 a 45 puestos de comida. Lo que comenzó como un evento local, transformó un sector "medio olvidado" en un nuevo polo gastronómico con entre cinco y siete restaurantes. Es una muestra magistral de cómo la creatividad administrativa puede encender el motor económico local y revitalizar comunidades enteras.
En un clima de polarización y ataques constantes, Figueroa propone una verdad simple: no puedes insultar a un adversario un lunes y esperar su apoyo para un proyecto de ley el martes. Su visión es pragmática: el trabajo legislativo exige construir mayorías, y para ello, la cordialidad y el respeto son herramientas estratégicas esenciales, no solo buenos modales. Una lección vital para una política que, para construir, primero debe dejar de destruir.